jueves, 11 de febrero de 2010

un acromàtico

Foteorema




En esa especie de sinestesia, fusión de sentidos -vista-oido- los torbellinos cromados se descomponen. La imagen se mueve y un arpegio asonante estalla fugandose en ese espacio donde los colores no se mezclan. Es que la imagen no es sólo imagen y en el momento de disparar, con la lente bien abierta, el mundo se aturde, pasa por un torbellino sonoro y se descompone.

La heladera permanece abierta y el rollo congelado se vuelve vaho al intentar significar un sentido que sólo el papel fotogràfico lleva, papel con el que me enrollo en las noches para no envejecer. Ampliàndome en un cuarto oscuro me doy cuenta que los sonidos se me pegan a los mùsculos y aun en la estaticidad del asunto los àcidos se mueven como si bailaran.

Las manchas tambièn se descomponen porque la imagen del mundo es apariencia de una nada que, constante, se vuelve escultura unidimensional. Libro de hechizos, infierno congelado donde todo es estatua de hielo disfrazada. La mùsica es ese fuego del clic de los dedos en el disparador. Al final el hielo se mueve al derretirse y parece que baila dentro de la cajita negra.